Jul 1, 2018 | 0 Comentarios

España pierde en la ruleta rusa

El Mundo

Oaxaca. Permitió España sobrevivir a un equipo inferior, no tuvo alma ni oxígeno para imponerse a uno de los adversarios más discretos con los que se ha topado en su historia en los Mundiales y terminó obligándose a unos penaltis, a una ruleta rusa, de la que salió despedida del Mundial. Fallaron Koke y Aspas, pero fallaron todos antes. Nunca debió ir España a una lotería contra un rival como Rusia, lejos del pedigrí y de la calidad de la selección española, que se va de Rusia dejando sensaciones similares a las de Brasil 2014 y a las de Francia 2016. España es como esa vieja aristócrata a la que la revolución le ha pasado por encima y no es capaz de asimilar que su tiempo ya pasó. A la selección le toca olvidar el pasado. Sentirse orgullosa de él, pero olvidarlo. Porque ya pasó. Y no volverá. Al menos a corto plazo. Mientras España no olvide lo que fue, nunca más será. Sirve la idea, la intención, sirve el concepto para trabajar sobre él, pero ya está. Debe olvidarse de quién fue y pensar en quién quiere ser.

A Hierro no se le puede acusar de no hacer nada. De entrada, de no modificar incluso el saque de centro. Iba a hacerlo Costa hasta que el entrenador, con aspavientos, ordenó que lo hiciera Koke para Ramos y el central buscase al delantero en largo. Era una declaración de intenciones. Más allá del resultado final, y vistas las señales, tenues, casi imperceptibles, de vida que emitía el equipo, Hierro metió el bisturí. La cirugía se llevó por delante a Carvajal, a Thiago y, la mayor de todas las sorpresas, Iniesta. Sentar al manchego ya era como reconocer que un tiempo, el mejor, se apagó definitivamente. Quedan muy pocos rastros de la gran selección española, y cuanto antes lo asuman los protagonistas del presente, mejor. La idea es válida para tener una base sobre la que crecer. Pero ese crecimiento debe adaptarse a las características actuales, no a las extinguidas.

EquilibrioEl seleccionador compuso, pues, un colectivo más equilibrado, menos brillante, más trabajador. Nacho y Koke son cemento. Con cierto brillo, pero cemento, esencial para sobrevivir en un torneo como este. Asensio, del que no hubo noticias mientras estuvo en el campo acostado, deberá reclamar su sitio más adelante. De ese mayor cemento de España, y del mayor cemento ruso -su entrenador quitó del campo a Cheryshev para jugar con tres centrales y todo el equipo metido en su campo- salió una tarde plomiza, rota sólo por los goles, nacidos los dos del balón parado y de las casualidades.Parecieron cambiar las cosas pronto para España. Primero con un balón recuperado por Koke en el primer intento de contragolpe de Rusia. Después, por delante en el marcador al poco de empezar gracias a un gol en propia puerta de Ignashevich, que andaba encaramado a Sergio Ramos. Nunca le había pasado a la selección en el torneo verse por delante tan temprano, algo que permite manejar las emociones y ansiedades propias de estas rondas.

Pero el equipo se equivocó. En lugar de buscar la herida del oponente, realmente tocado, apostó por una posesión intrascendente, como si quisiera intuir el final del partido tras el primer cuarto de hora. Incluso los primeros balones aéreos de los anfitriones fueron solventamos sin mayores aspavientos. Agarrada a Isco, por el que pasaban todas las pelotas visto que la dimisión de Silva es irrevocable, España se sintió excesivamente cómoda.El penalti de PiquéTocó y tocó y tocó con parsimonia, segura de que Rusia no disponía de argumentos para discutirle el partido. Y en verdad no los tenía, pero por pura inercia, por puro impulso, logró crear una ocasión con un tiro de Golovin que se marchó fuera. De ahí nació la única posesión mínimamente digna de llamarse así, finalizada en un córner. Y en ese córner volvió la España calamitosa de la primera fase, con un salto impropio de Piqué. Penalti y el empate al borde del descanso. A la vuelta, y mientras la vida pasaba -era lo único que pasaba-, Cherchesov, el seleccionador ruso, quitó a Dzyuba, el gigante (196 centímetros) que llevaba por la calle de la amargura a los centrales españoles cada vez que Rusia lograba enviarle un melón, o una sandía, o en el mejor de los casos un balón digno. Desde que se fue, pese a la entrada de más talento (Smolov y Cheryshev), Rusia dejó de cruzar el centro del campo.

El partido estaba cuesta abajo. Pero no le sirvió de nada a España, cada vez más retórica, cada vez más asfixiada, sin piernas, sin pulmones y sin fútbol pese a que Hierro devolvió al equipo la versión original dando entrada a Iniesta por Silva y a Carvajal por Nacho. Rusia, cada vez más acostada sobre su portero, encomendó su suerte a los penaltis con media hora por delante. En todo ese tiempo no fue capaz el equipo de Hierro de generar nada. Mejor escrito, generó dos ocasiones. Un disparo de Iniesta desde la frontal que sacó Akinfeev todavía en el tiempo reglamentario y una cabalgada de Rodrigo ya en la prórroga. Porque Rusia sobrevivió, tiesa como estaba, a la prórroga. Ocurre que, a esas alturas, España también andaba al borde de la extenuación, con hombres como Isco y Alba en las últimas. Era el momento de los penaltis. Y España perdió.

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