Jul 1, 2018 | 0 Comentarios

Luis Miguel no encuentra a su madre

«Me dejas y te mato», son las últimas palabras que le espeta Luis Rey a Marcela Basteri poco antes de que desapareciera en 1986. Esto es lo que ha pasado en el capítulo 11. Alerta: ‘spoilers’

No, la señora que aparece en el décimo capítulo, de espaldas y despeinada, en la cama de un psiquiátrico en Canarias, no es la madre de Luis Miguel. Después de 11 capítulos de extender hasta el extremo el drama de la desaparición de Marcela Basteri y el misterio sobre su paradero, los espectadores tendrán que esperar otro domingo más. Lo más novedoso de esta última entrega es que por fin la trama deja de centrarse en la infructuosa búsqueda de Luismi y su hermano —en la que participa hasta el Mosad—, y se parece más que nunca a una telenovela.

Luis Rey, el gran villano de la serie, se muere. Ojeroso, delgadísimo y arruinado, intenta visitar a su hijo en el backstage de un concierto. La escena es trágica: él, con lo que ha sido, agarrado a una pata de jamón, con un traje que le queda grande, esperando para ver —quizá por última vez— a su creación. Es necesario recordar que Luis Miguel había decidido romper relaciones con él después de que la gestión que hizo de la empresa estuviera a punto de enviarlo a prisión. La serie, basada en entrevistas con el artista, producida y supervisada por él, culpa a Rey de todos sus males. Incluso, hace sospechar que tuvo algo que ver con la desaparición de su madre.

Marcela Basteri y Luis Rey tienen una fuerte discusión cuando Luis Miguel era todavía un adolescente, cerca de 1986. Ella descubre que su esposo ha estado viajando por medio mundo con una amante, Rita, y que ha abandonado a su hijo en las giras. Harta de los abusos de un marido manipulador le advierte: «Todo lo que eres es gracias a él [Luis Miguel]». Y él zanja la conversación: «Me dejas y te mato». Pero ella parece que ya lo había decidido.

En un viaje que hace Basteri a Buenos Aires para ver a Luis Miguel en un concierto, Luis Rey aparece por sorpresa y enfrenta a su mujer con sus hijos. Los hace elegir entre él o ella. Alejandro se va con su madre y el bebé, Sergio. Luis Miguel piensa en su carrera con solo 15 años y elige a su padre. Esa parece la primera escena de la fractura definitiva de aquella familia.

En el presente, Issabela Camil, interpretada por la actriz mexicana Camila Sodi, tiene una fuerte discusión con su novio, Federico de la Madrid, porque él está celoso de su amigo de la infancia, Luis Miguel. Algo que no le viene nada bien al cantante, pues necesita al hijo del expresidente para que le ayude a localizar a la agencia de inteligencia israelí para localizar de una vez a su madre. Al final todo le sale bien: Camil rompe con Federico; él le pone en contacto con el Mosad; y Luis Miguel acaba besándola románticamente en la bahía de Acapulco.

Luis Miguel había prometido contar por primera vez «toda la verdad» sobre su vida. Y lo ha hecho por todo lo alto, con una producción de Netflix, Telemundo y Gato Grande —una filial de la Metro Goldwyn Mayer—, en prime time cada domingo. La serie se ha convertido en todo un éxito en México, donde Luis Miguel ha sido venerado durante décadas. Un artista al que le perdonaron todo: que no diera apenas entrevistas, que no sacara un disco nuevo en más de 10 años, que huyera de los escenarios a mitad del concierto, que cancelara repetidamente sus fechas en el recinto que lo encumbró, el Auditorio Nacional. Un cantante al que bautizaron como El Sol de México —aunque naciera en Puerto Rico, de padre español y madre italiana— y que tiene sus más fieles seguidores entre las clases más altas y las más bajas del país. Un dios de la música latina a quien todos se querían parecer.

La serie se ha estrenado en uno de los momentos más difíciles para Luis Miguel. Después de más de un año desparecido de los escenarios, de cargar con tres demandas millonarias en Estados Unidos, resucitó hace meses con un nuevo disco, una gira con todos los boletos vendidos y una producción donde ha sacrificado los aspectos más morbosos de su vida para colocarse de nuevo en la palestra. Una sincronización redonda.

*El País 

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